En unos días volveré a emprender un nuevo viaje. Una nueva
aventura que sumar a la maleta de mi vida. Al empezar a escribir estas líneas
no he podido evitar recordar el día que hice mi primer viaje.
El miedo y la inquietud por saber a qué me iba a enfrentar,
además de la indecisión al preparar la maleta, marcaron sustancialmente
aquellos días previos a mi primera escapada.
Han pasado muchos años, bastantes diría yo. Ahora la maleta
la preparo en un suspiro, pero la manera de enfrentarme a un nuevo viaje poco
ha cambiado desde aquella primera experiencia a la actual.
Dicen que viajar puede convertirse en una gran terapia para
el ser humano, y la verdad es que estoy completamente de acuerdo. No hace falta
un gran viaje, pues tanto las pequeñas como las grandes salidas pueden
convertirse en extraordinarias válvulas de escape para hacer una parada en el
camino de la vida y respirar. Coger aliento y seguir adelante.
Los viajes siempre suponen un giro casi radical
en nuestra vida, un giro que influirá en nuestra conducta de forma favorable, y
que será, además, muy beneficioso tanto para nuestro cuerpo como para nuestra
mente.
He de decir que, hasta en el peor de los casos, esos en los
que alguno de los viajes que habíamos planeado de una forma y luego han salido
mal, siempre hay una parte positiva que nos hace ver que lo inesperado nos
regala un aprendizaje que nunca debemos olvidar.
Ahora que sé que me queda poco para salir de esta rutina; una
rutina que también me gusta y disfruto, percibo como mis sentidos se activan
con más fuerza y la emoción se apodera de mí. Voy a conocer nuevos olores,
nuevos sabores, me voy a empapar de otra cultura, de otras costumbres, voy a
conocer a nuevas gentes. He de confesar que me encuentro emocionada porque mi
alma se abrirá a otro mundo, porque voy a aprender a ver las cosas desde otro
entorno y porque voy poder elegir entre varios caminos.
También sé que cuando vuelva, nada habrá cambiado. Solamente habrá pasado el
tiempo. Mi rutina volverá a ser la misma, volveré a ver a las mismas gentes –y
con muchas ganas-, volveré –seguro- a entristecerme por muchas de las cosas que
me rodean, volveré a hacerme preguntas que en mis días de viaje no me haré ni
por asombro, volveré a hacer todo lo posible para que lo que hay a mí alrededor
sea mejor, volveré, volveré y volveré…
Y
cuando ya no pueda más, volveré a echar mano de
mi maleta. Esa maleta que, al abrirla, me llevará a aquellos días en los que la
llenaba de miedos, de inquietudes, de emociones, de anécdotas y de aprendizajes
para recordar, otra vez, todos esos grandes y pequeños momentos que tanto
despiertan mis sentidos y me abren el alma.