Se ha convertido ya en una costumbre, o quizás en una manía, pero cada vez que salgo de viaje, lo primero que hago nada más llegar a la ciudad de destino es buscar, como una desconsolada, un callejero. Encontrar en el plano el lugar exacto en el que me encuentro es algo que me apasiona, me encanta, pues en cuestión de momentos imagino las rutas que voy a hacer, los lugares que tengo que ver, de los que he oído hablar y tengo que visitar, los que pueden ser atractivos por el simple nombre...
Esta manía ha pasado a ser un ritual: Miro cuál es el nombre exacto de la calle en la que me encuentro, me paro –con cuidado de no ser atropellada-, despliego el callejero y busco el sitio en el que estoy en ese preciso instante, lo marco con un bolígrafo (compañero inseparable en todo viaje, al igual que un bloc de notas) y comienzo mi andadura. Ese punto marcado será el inicio de la gran aventura.
Con un callejero y un buen sentido de la orientación, el éxito está garantizado, lo que significará que el viaje irá estupendamente. De esto podía presumir, y mucho, hasta hace poco, pero la racha de buena suerte creo que concluyó en Grecia.
Mi hermano y yo decidimos no volver a abrir el callejero en toda la noche, pero sí que pudimos llegar a todos sitios que teníamos pensado visitar.
Si teníais en mente viajar a Atenas, un consejo: Pasad del callejero y que sea la intuición la que os guíe.
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