lunes, 4 de julio de 2011

Días playeros

Como ya he apuntando en alguna ocasión, si hay algo que me encanta hacer en mis ratos libres es pasear, ya sea por la playa, el campo o la ciudad, y es que tenía mucha razón el que decía que las ciudades son libros que hay que leer con los pies.

De la misma forma que me apasiona dejarme guiar por la intuición cuando me adentro en ciudades que visito por primera vez, sin echar mano de un callejero para dejarme sorprender por todo cuanto me voy encontrando, cuando paseo por mi ciudad o por la playa, en la que suelo pasar mis vacaciones de verano, es habitual en mí observar a quienes me voy encontrando por el camino.

Este fin de semana, en mi habitual paseo matutino por la orilla de una playa, he prestado especial atención a la gente que decide ir a la costa a pasar el día completo en compañía de amigos y/o familiares.

Es impresionante el despliegue que algunos grupos llegan a hacer en la orilla en cuestión de minutos.

De pequeña, cuando mis vacaciones eran de junio a septiembre (qué años aquéllos…), mis tíos solían llevarnos a pasar el día a alguna de las playas de la Región o de Alicante. En aquella época, eran pocas cosas las que cargábamos en el coche para ese día playero, pues lo que realmente queríamos era zambullirnos en el agua y dejar que las horas pasaran. Con una sobrilla, con unas toallas, con una nevera para mantener bien fresquitas las bebidas, con un “bocata” para cada uno, con un par de banqueta para mis tíos, con unas palas y con una pelota bastaba y sobraba para pasar todo el día chapoteando en el agua salada.

Ahora, tal y como vengo observando en mis paseos mañaneros por la costa, nada tiene que ver con lo que hacíamos nosotros de pequeñas. De la sobrilla y la nevera se ha pasado a un “camping playero” en toda regla.

La simple sobrilla, para resguardarse un rato del intenso sol, ha dejado paso ahora a enormes tiendas de campaña, que comunican con gigantes sobrillas (casi pérgolas, podría decir) que cubren diferentes zonas: la zona de la comida, en la que están las mesas, las sillas de playa, las numerosas neveras con bebidas y comida, como si de una boda se tratara; la zona de descanso, en la que puedes encontrar tumbonas, alguna que otra hamaca y mesitas auxiliares en la que dejar un vaso, un libro, el móvil y algún que otro objeto tecnológico (estos dos últimos elementos imprescindibles ahora); y la zona para los peques, en las que no falta ni un solo juego de playa que se pueda uno imaginar.

Todo lo cuidan al mínimo detalle. El momento montaje es digno de ver (grandes y chicos, todos tienen algo que aportar). Luego llega aperitivo, seguido del baño –para bajar el efecto de los quintos de primera hora- y después, los preparativos para la comida, donde el tradicional bocadillo ha dejado paso a los numerosos tupperwares con todo tipo de manjares para degustar, entre los que no falta ese toque salado que aporta el mar.

Pero la cosa no queda ahí. Está el momento siesta, la partida de dominó o de cartas, la visita al chiringuito a por el helado o el café, las largas conversaciones rebozándose en la arena, los paseos por la orilla, el último baño con la puesta de sol…  


¿Quién no ha pasado algún día de playa así?

En un playa u otra. Con mayor o menor despliegue. Hace 20 años o hace cinco días… Dan igual las condiciones. El objetivo de estos días sigue siendo el mismo: Disfrutar de los amigos, la familia, el mar, los buenos ratos que ya no volverán y olvidando por completo el qué pasará mañana… 

¡¡¡¡Feliz verano a todos!!!!!