Hoy es un día especial, no porque se celebre la tétrica noche de Halloween, sino porque hoy es una fecha señalada para cuatro personas muy importantes para mi.
Compañera
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no escucha música, quien no halle encanto en sí mismo(...) ¡No te dejes morir lentamente! ¡No te olvides de ser feliz! (Pablo Neruda)
Qué ilusión me hace! Parecía que no iba a llegar este momento, lo veía tan lejos... Pero no, ya está aquí, no queda nada. Esto hay que celebrarlo, de momento esta noche toca tomar una cerveza. Estad atent@s, en breve habrá fiesta de inauguración. Ya os iré informando.
Rebuscando entre cajones he encontrada estas fotos de cuando era una niña, bueno de cuando era más niña. Qué bonicas, verdad? Al verlas, me han venido a la mente algunos de los momentos más fantásticos que pasé en mi infancia… Qué años aquéllos… Qué veranos pasábamos… Eran increíbles!
Recuerdo que había un día clave: la entrega de las notas en el colegio. Esa mañana marcaba el comienzo de un verano repleto de emociones. Cargábamos el coche e íbamos directos a la playa.
Volver a ver a los amigos, pasear en bici, salir como una pasa después de estar horas en el agua, rebozarse como una croqueta en la arena, las siestas bajo la guardia de mi abuela, las cien pesetas que nos daba mi abuelo para comprar chucherías y helados, los múltiples juegos en la calle… Unos veranos maravillosos.
Qué pereza... Una de las cosas que menos gustas cuando voy a salir de viaje es tener que prepararme la maleta. Es inevitables, ¡lo odio! Odio tener que pararme a pensar qué es lo que voy a necesitar, qué tiempo hará para echarme más abrigo o menos, qué cosas necesitaré… ¡Cómo lo voy a saber!, es imposible saberlo en ese preciso momento.
Es un horror, un auténtico suplicio… Conforme se va acercando el momento de partir, menos ganas tengo; y no porque no me quiera marchar, todo lo contrario, sino porque me horroriza tener que echar a una maleta un sinfín de cosas que luego no utilizaré, o el caso contrario: evitar llevarme cosas que –con total seguridad- luego echaré en falta. Maldita Ley de Murphy…
Lo tengo claro, me esperaré hasta el último momento, no me voy a atosigar, mañana –con las prisas y recién levantada- la haré. Creo que, en el fondo, lo que me gusta es la presión. Le dejaremos actuar.
He cerrado los ojos y le he pedido a la encantadora Aurora que me abriera un nuevo día. Un nuevo día en el que revivir aquellas maravillosas sensaciones… Y me ha escuchado!
Guiada por Céfiro, he sobrevolado la gran urbe ateniense; he saludado a sus gentes, he correteado por sus calles y he continuado el vuelo hasta llegar a la torre de los vientos, con pies de plomo para no provocar su liberación. De un salto, me he alzado hasta la acrópolis, adentrándome velozmente entres las majestuosas columnas del templo de la diosa Atenea. Reposada desde lo más alto del Partenón, he oído que alguien me llamaba. Eran dulces voces, pero no sabía de dónde procedían.
Al girar la vista a la derecha, las he visto, eran ellas! Las seis doncellas del Erectión (Las cariátides), dándome nuevamente la bienvenida y pidiéndome que batiera sobre el olivo sagrado. Estaban preocupadas, nadie había escuchado sus llamadas y temían que las hojas marchitas nublaran la belleza del olivo y le restaran poder. Sin pensarlo, me he echado sobre el olivo sagrado, revoloteado fuertemente entre sus ramas, tenía que hacer desaparecer toda la maleza, no podía dejarle morir. Ha sido un arduo trabajo, ahora reluce como siempre. Ahora puedo reanudar mi vuelo…
Por lo general, el domingo suele aprovecharse para hacer aquellas cosas que habitualmente no se pueden hacer a lo largo de la semana; pero de querer hacer algo distinto a convertir un simple paseo matutino en la romería a la Fuensanta, hay una gran diferencia... Aunque puede ser que mañana no pueda ni pestañear, ha merecido la pena. Hemos salido del rutinario asfalto y hemos disfrutado de un espléndido día de sol; además de que me he olvidar de la hora y media tan desagradable que pasé anoche en el cine.
La más pura simpleza de The women –por cierto, nada recomendable-, el desagradable hedor a pies de la "educadísima" señora de atrás -que se quitó los zapato porque pensaría que estar en la sala VIP le otorgaba ese derecho-, las continuas melodías de los móviles que sonaron a lo largo de la película y la incómoda butaca han motivado que, por una larga temporada, la opción de ir al cine esté completamente eliminada lista. Dejaré los estrenos para más adelante, cuando dejen de serlo y pueda verlos en casa.
Dejamos que el día a día nos atrape, nos robe nuestra propia identidad y nos convierta en simples máquinas hacedoras de todo lo que se nos muestra antes nuestros ojos, sin ser conscientes de lo esencial que supone echar el freno y prestar atención a lo que nuestro corazón nos tiene que decir.
Esta tarde he ido a ver a mi abuelita y, en el transcurso de la conversación, ha sido inevitable hacer referencia a sus años de juventud: Sus paseos por Murcia con las amigas (que siempre tenían que concluir antes de puesta de sol); sus encuentros secreto con mi abuelo, y aquéllos otros en los que era habitual ir acompañada por una carabina para evitar cualquier roce furtivo entre los enamorados; sus tardes de costura; sus trabajos en la huerta…
Aquellas generaciones tienen infinidad de cosas que narrar… A ellos les tocó vivir algunos de los acontecimientos más importantes de la historia española, algunos de los momentos más desagradables y desafortunados que nosotros –con total seguridad- no llegaremos a pasar.
A ellos tenemos que agradecerles muchas de las cosas de las que hoy disfrutamos y que, por el contrario, algunos no valoran; dejándoles de lado, sin prestarles el tiempo que necesitan y sin devolverles las múltiples sonrisas que continuamente nos ofrecen.
Les admiro tanto… De siempre me ha emocionado sentarme frente a mis abuelos y olvidarme del tiempo, de quién era yo y qué tenía que hacer después; Lo único que me interesaba era eso: Sentarme junto a ellos y escuchar la nueva historia que tenían que contarme…
Se ha convertido ya en una costumbre, o quizás en una manía, pero cada vez que salgo de viaje, lo primero que hago nada más llegar a la ciudad de destino es buscar, como una desconsolada, un callejero. Encontrar en el plano el lugar exacto en el que me encuentro es algo que me apasiona, me encanta, pues en cuestión de momentos imagino las rutas que voy a hacer, los lugares que tengo que ver, de los que he oído hablar y tengo que visitar, los que pueden ser atractivos por el simple nombre...
Esta manía ha pasado a ser un ritual: Miro cuál es el nombre exacto de la calle en la que me encuentro, me paro –con cuidado de no ser atropellada-, despliego el callejero y busco el sitio en el que estoy en ese preciso instante, lo marco con un bolígrafo (compañero inseparable en todo viaje, al igual que un bloc de notas) y comienzo mi andadura. Ese punto marcado será el inicio de la gran aventura.
Con un callejero y un buen sentido de la orientación, el éxito está garantizado, lo que significará que el viaje irá estupendamente. De esto podía presumir, y mucho, hasta hace poco, pero la racha de buena suerte creo que concluyó en Grecia.
Mi hermano y yo decidimos no volver a abrir el callejero en toda la noche, pero sí que pudimos llegar a todos sitios que teníamos pensado visitar.
Si teníais en mente viajar a Atenas, un consejo: Pasad del callejero y que sea la intuición la que os guíe.