domingo, 21 de noviembre de 2010

La poca originalidad de las bodas

Nunca me habría planteado ir a una de esas ferias que organizas con motivo de la celebración de bodas, pero estando rodeada de futuras casaderas, el otro día, una amiga me propuso llevar a una amiga, que se casa el próximo año, a la que celebran, hasta hoy, en Ifepa. La verdad es que en el primer momento, me resultó un tanto raro, ya que como apuntaba anteriormente, nunca, pero nunca se me habría pasado por la cabeza acudir a uno de esos salones en los que decenas de empresas se reúnen para organizarte el que muchos califican "el día más importante de una pareja".

Montadas las tres en el coche, con los cupones de descuento para la entrada al recinto y allí estábamos ayer. Sábado tarde, 21 de noviembre, 17.15 horas, camino de Torre Pacheco para ir cogiendo ideas de cómo sería su vestido, la oferta de salones de celebraciones, los abalorios, las flores, el fotógrafo, el viaje de novios, hasta los muebles para la casa, por si aún no la tienen montada los novios, y ¡ah!, algo que poca relación tiene con ese día, pero que sí tiene que ver con la pareja: stads con ropita para bebés, carritos, juguetes...

Un pupurri de gente y cosas con un único objetivo: venderles al futuro matrimonio un día único e inolvidable; y digo único e inolvidable porque muchos de los que pasan por todo ese jaleo terminan acordándose de ese día toda su vida; pero no por la boda en sí, sino por el pastón que cuesta casarse hoy en día.

Y es que... ¡Menudo negocio envuelve a una boda!

La sociedad de consumo en la que vivimos te lo da hecho. Sin embargo, ¿de verdad ese día precisa que esté todo tan organizado y preparado? Está bien que todo te lo den hecho, pero...


¿Hasta qué punto puedes decir que esa es tú boda?

Si hacemos un poco de balance de las últimas bodas a las que hemos ido, ¿A que hay poca diferencia de una a otra? Pues sí, poca por no decir casi ninguna. Yo diría que todas las bodas son iguales, pero con diferentes protagonistas. Vas a la Iglesia o al juzgado, luego te haces las fotos -mientras los invitados se toma unas cañas y se entonan para la comida o cena-, llegas al restaurante, te ponen una canción, entran los novios y todos se ponen a comer como cerdos. Después, sesión de fotos de los novios, desde que nacieron hasta el último viaje que hicieron juntos, cortan la tarta, la gente se empieza a levantar de sus ubicaciones, los novios abren la sesión de copas con un baile y al final, todos terminan borrachos y bailando canciones de antaño...

No hay originalidad alguna, todo es impersonal, todo se ha mecanizado de tal forma que celebrar una boda es ya algo tan sumamente mecánico, que llega hasta a aburrir.

Pero yo ayer no me aburrí porque hubo detalles que hicieron que esa tarde de sábado quede en mi memoria durante un largo periodo de tiempo. El olor a estiércol al entrar al recinto ferial –en pleno campo de Cartagena-, los ostentosos y pomposos vestidos de novia –lucidos por modelos inexpertas en pasarela-, un stand para buscar novi@ -imagino que sería para que colemos las solteras que acompañamos a las casaderas-, un fotógrafo que hace reportajes en 3D –para aquéllos que no pueden asistir a la boda y así, al ver el álbum, pueden vivirla como si estuviera pasando en ese momento-, los resecos donuts de la cafetería -aunque no los probamos, por la pinta que tenía todo, era lo mejor que uno podía echarse a la boca tras la caminata por el recinto- y la estridente música de los desfiles –ruido y más ruido- fueron los elementos que más me llamaron la atención del II Salón de Bodas y Hogar de Torre Pacheco.



Sin lugar a duda, estos pequeños detalles fueron los que aportaron ese toque de originalidad del que hablaba antes y que es preciso alcanzar para que algo -lo que sea- no quede en el olvido y lo recordemos durante un largo periodo de tiempo…


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